En los últimos meses hemos vivido una situación sin precedentes: un confinamiento global impuesto en el hogar debido al brote del COVID-19. La mayoría de nosotros hemos estado expuestos a situaciones estresantes sin precedentes y de una duración desconocida. Sin duda, esta experiencia ha sido devastadora para los que han vivido la enfermedad en primera persona, o a través de familiares cercanos que pueden no haberla superado. También lo ha sido para los profesionales sanitarios y para todos aquellos trabajadores de empleos de primera necesidad que han arriesgado su salud para mantener los servicios mínimos. Sin embargo, poco hemos prestado atención, a todas las personas que han sobrevivido a base de encerrarse en sus casas. El aislamiento ha tenido unos efectos psicológicos sobre estas personas. Especialmente aquellos que son médica y demográficamente vulnerables, que acaparan varios factores de riesgo y que tienen verdaderas razones para temer al COVID-19. Han sobrevivido, pero poco se habla de las secuelas de haber pasado los últimos 4 meses completamente aislados.

Mujer encerrada en casa durante el confinamiento

El aislamiento tiene unos efectos psicológicos, no importa la forma en que se presente, sobre la persona que lo sufre. Así es como el confinamiento que vivimos en 2020 puede no solo haber aumentado los niveles de estrés, sino también ha desencadenado una mayor incidencia de ansiedad y depresión en la población. Además, también se ha observado que al interrumpir el ciclo de sueño se han provocado problemas de insomnio que a su vez desembocan en un funcionamiento emocional alterado.

De por sí las personas que están en aislamiento social, con movilidad restringida y pobre contacto con los demás son vulnerables a presentar complicaciones psiquiátricas que van desde síntomas aislados hasta el desarrollo de un trastorno depresivo, o de ansiedad. Si a esto le sumamos una pandemia, es importante tener en consideración la pérdida de funcionamiento que puede acompañar a la enfermedad adquirida, y esto a su vez representarse en desmoralización y desamparo, llegando a alcanzar un estado de duelo (Huremovic, 2019). Si prestamos atención de entre estas personas a aquellas que ya presentaban un perfil cognitivo alterado por una lesión cerebral o demencia, nos encontramos con un aislamiento que ha provocado en el mejor de los casos un retroceso de los aprendizajes adquiridos hasta el inicio de la pandemia; en el peor, un avance irreversible del deterioro cognitivo que ya amenazaba antes de la crisis. Es por ello que pese a la necesidad de protegerse del COVID-19 hay que tener cuidado con las consecuencias de tanta protección. Sobrevivir, pero ¿a qué precio?

Referencias bibliográficas

Huremovic, D. (2019). Psychiatry of pandemics : a mental health response to infection outbreak.

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